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jueves, 12 de mayo de 2011

LO MISMO DE SIEMPRE.

Tras seis meses viajando, ya estoy de vuelta, ya estoy en lo mismo de siempre. ¿Qué quiero decir con esto? Simple, he tardado menos tiempo en volver a recuperar todos mis hábitos que el tiempo que tarde en deshacerme de ellos. ¿Cuales son esos hábitos? Eso no importa, todos tenemos esas formas de actuar y de ser que no siempre son deseadas ni pertenecen a una elección. Son parte de eso que podemos llamar costumbre, ni nos hace daño ni nos proporciona placer. Tan sólo nos precipitan a un actuar sin conciencia, viendo en cada día lo mismo de siempre creyendo que poco o nada puede llegar ya a sorprendernos. Y en esta Inercia, sin lamentarlo, estoy de vuelta. No lo lamento pero tampoco lo agradezco. Punto muerto a la espera de un nuevo comienzo. Un nuevo comienzo que no puede significar otra cosa que un nuevo viaje.

Viajar, como dijo alguien que escribió en El Cuaderno Rojo, es posiblemente uno de los mejores estados que se conocen para el cuerpo y la mente (espíritu, alma, o como queramos llamar a eso que dentro de nosotros se nos esconde). Cuando uno viaja es un poco más dueño de tiempo. Viajando se recupera, más allá de los horarios de los transportes, el control de ciertas decisiones. Tras aprender a respetar las opiniones del cuerpo, se comienza a decidir por las sensaciones más que por las obligaciones. Uno puede decidir hasta cuando permanecer en un lugar en concreto. Viajando, las horas se convierten en días, y los días en semanas... y teniendo en cuenta que todo es nuevo, cada nuevo lugar que se visita, más allá de las sensaciones que nos produzca, está lleno de estímulos por todos lados. Además una simple amistad de dos días se intensifica tanto que puede llegar a parecer una amistad de toda la vida.

Sí a todo esto le sumamos que el inicio del viaje se produce en solitario, la implicación emocional con todo lo que sucede es mucho más elevada. Para empezar una de las mejores cosas que sucede cuando se viaja es la gente que se conoce. Si se viaja acompañado no es tan necesario conocer gente como cuando se viaja acompañado. Por eso hay montones de amistades que nacen y mueren en el viaje. Nuevas amistades que pronto se convierten en viejas por la intensidad de lo vivido. Algunas perduran y otras mueren en el mismo viaje, aunque no sin dejar un especial peso en la memoria.

Dentro de este mundo viajero no todo es tan bonito ni tan ideal. Hay lugares que te dan una patada nada mas llegar. Otras veces, ya sea por el cansancio o por la nostalgia, grandes enemigas del viajero, todo es duro, da la impresion de que somos incapaces de tomar la decisión adecuada y se piensa en volver a eso que he llamado lo mismo de siempre. Del mismo modo, mucha de las veces la gente con la que uno se cruza no está en la misma frecuencia. Según por donde se viaje uno se puede topar con mucho iluminados y turistas irresponsables. Y, lo peor de todo, uno también se comporta del mismo modo.

Al final, uno descubre que el lugar que se ha visitado, aunque en mucho casos puede llegar a engancharte, no es lo que importa. Cada uno tiene su viaje, y es eso lo que realmente importa: el viaje que cada uno tiene. Yo he tenido mi experiencia, a veces buena, aveces mala. Eso tampoco importa. Lo que importa, y es lo que ahora, una semana después, echo de menos, es la sensación de estar viajando. Estar en un ahora cambiante, un ahora que te rgala cada día la experiencia de lo nuevo. Una inexplicable sensación de vida siempre llena de estimulos.

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