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(ricardo piglia)

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(pentti saarikoski)

domingo, 29 de abril de 2012

DOS CERVEZAS


Una chica de pelo corto, estética de estrella de pop inglesa, frente a ti, en el vagón del metro. No tiene nada de especial. Quizás, esa mirada inocente, esa mirada de soslayo con la que parece que no mira. Es una experta, sabe como hacerlo. Aquí eres tú el novato. Esa mirada te acerca, te acerca tanto que ya la tocas. Ella ni se inmuta, ha empezado un juego en el que ya has caído, te tiene donde quiere. Una amiga me contó una vez que cuando se sentía triste se ponía guapa y salía a que los hombres la mirasen. Quién sabe, quizás esa chica que te mira en el metro haya tenido un mal día, y necesite que tú o cualquier otro se lo alegre haciéndola sentirse atractiva. Quién sabe. Quizás simplemente le has gustado, es tan vergonzosa como tú, no se atreve a acercarse y trata, mirándote como te está mirando, que seas tu el que se acerque. Pero tú ya lo sabes. Lo dices continuamente. No te crees capaz. Tú dices ser de esos que necesitan un par de cervezas y un ambiente más distendido. El metro es lugar demasiado opaco, carente de ningún encanto cercano al romanticismo. El suyo es el encanto de la decandencia, el otro lado del espejo del sueño del capitalismo. También te gusta. Te encanta ese lado siniestro. Una vez dijiste que en el metro había más poesía que en cualquier otra parte de la ciudad. Pero este no es el lugar ideal para ligar. Ni siquiera cuando algún músico del metro se sube en el vagón y canta alguna canción romántica archiconocida. En ese momento podrías hacer algo gracioso y original. Al menos, se quedaría sorprendida por tu atrevimiento. Ni de coña. Te ríes por dentro. Tendrían que ser algo más que un par de cervezas para que tú hicieses algo parecido. Van pasando las estaciones. Gente que se baja y gente que sube. Toda la fauna humana de la ciudad. Inmigrantes de distintos países, adolescentes de distintas tribus urbanas, trabajadores de distintos tipos. Cada uno con su atuendo característico, ejecutivos, barrenderos, vigilantes de seguridad, vigilantes de la hora, estudiantes, administrativos, y un interminable etcétera. La chica sigue en el mismo sitio. Sigue mirándote. Las estaciones siguen sucediéndose. Nada. Sabes que no vas hacer nada. No lo lamentas. Estás acostumbrado. Quizás no sea más que otra de las pajas mentales que tú solo te montas cuando te fumas uno de esos porrazos de maría mientras sacas al perro antes de ir a trabajar. Quién sabe. La siguiente estación es la tuya, te acercas a la puerta y antes de salir del vagón, te das la vuelta y miras directamente los ojos de la chica. Ahora te espera un largo día de trabajo.